viernes, 19 de abril de 2024

¡Cuidado! Veo una pelota y freno


Por motivos que a nadie le interesa hoy me subí a la bici y encaré hacia Cabildo y Juramento. Lo que pudo haber sido un accidente que me arruinara la semana, o que me indignara, o que me llevara a despertar una justificable ira, terminó en una reflexión y un abrazo a la compatibilidad de códigos.

Unos 8 kilómetros me separaban del destino. Suelo ir para esos lares cruzando la zona de Villa Crespo, Colegiales y demás, pero la gente maneja muy boluda los viernes a la tarde por Avenida Córdoba. Bien podría hacer alusión a una de las frases con la que más amigos y enemigos ganó Diego Iglesias pero sí, esa avenida es la muerte y más aún durante el último día de la semana cuando la gente se quiere escapar rumbo al sol, como buscando hacer fotosíntesis allá pasando General Paz. Una playlist en los oídos con música tranqui de bandas similares a Tahiti 80 porque ni ganas tuve de ver qué podcast había disponible. La opción elegida para llegar fue Libertador. Y ahí por Libertador y Coronel Díaz doblo para encontrar justo frente a mí a un flaco en una mountain bike curiosamente usando piloto beige. ¿Quién carajos sale de la casa temprano sin ver el pronóstico y más cuando anunciaban un pico de 25 o 26 grados a esas horas? Eso fue lo que pensé varias cuadras por la bicisenda.

Allá por Olleros y Libertador ocurrió lo que podría haber sido el motivo de una pelea callejera, o al menos de un intercambio de puteadas. Aunque pensándolo bien la ocasión era más favorable para mí en ese desquite verbal. (No va que) el flaco del piloto beige frena casi sin pensar en nada más. Ni pensó en que atrás podía venir alguien pedaleando. O varios. No tuvo en su mente la idea de que si éramos muchos los de atrás se podía generar un choque en cadena. Uno puede entender que se termina la semana laboral y solo querés llegar a tu casa. A tu sillón. Prender la Play o darle de comer y cariño al Boby que estuvo todo el día solo. O simplemente llegar a una juntada porque todavía tenemos ese combustible simbólico a precio de lista como para aprovechar y nivelar para arriba la fuerza de trabajo que hasta recién estuvimos depositando.

No lo pensó. Bajó la guardia o ya venía con la carga vacía varios kilómetros atrás. Y ojo que yo tengo una carta bastante presente con las nociones que el francés Georges Bataille nos dejó en la universidad (esa, pública y siempre de calidad) sobre el gasto improductivo -y en cierto punto liberador-. El currículum de quien habitó este mundo entre fines del siglo XIX y 1962 no es nada bonito a los ojos de los moralistas. Mucha jarola, noche, pérdida de conciencia del aquí y ahora (¡ah re, pará el Arte de Vivir!). Bataille decía que el hombre negaba su animalidad. No pretendía que volviéramos a esa instancia de barbarie, anarquía y pura subsistencia sino recuperar cierta humanidad que no le teme a la muerte y que puede hacer del presente un fin. En “La noción de gasto” (1933) el tipo quiere explicarte por qué el fin del ser humano en ese ser humanos apunta a lograr hacer lo inútil. En un mundo que nos seteó para el hacer productivo, para que todo lo que hagamos tenga un beneficio (y si es económico, mucho mejor), hacer lo improductivo es la excepción a la regla como si la regla fuese lo bueno y la excepción, lo malo. Creo que, a los ojos de este pensador, aún en un tiempo tan distinto al que vivió, el acto juzgado del ciclista de piloto desprovisto, en su mente está autonomizado de las consecuencias.

Retomando. Cruzando Olleros el tipo clavó los frenos, como bien dije. No sé qué se le pasó por la cabeza, pero sí sé qué se le cruzó por su campo visual. Era una pelota. Una número 5 que seguramente se escapó de la Plaza República de Bolivia. Yo logré verla de refilón antes del impacto. Era de las de YPF que te dan con los puntos (o algo por el estilo). Era el único objeto por el que frenó en todo su camino salvo por los semáforos y los humanos que salieron a verle la cara al sol. Por ese objeto que todo amante del fútbol se cruza por casualidad pidiendo que le llegue a sus pues sin analizar en el costo que tuvo, ni el material, ni el calibre, la marca, si es profesional o una versión lowcost, el tipo clavó los frenos y no me dio otra opción que chocarlo. Insisto en que podría haberlo insultado. Lo hago prácticamente todos los días en la vía pública y seguramente es algo de mi animalidad devenida en verbo y predicado que en algún momento trabajaré. Su cara lo decía todo. Su boca solo pedía perdón y lo desnudaba por completo, receptivo de cualquier insulto que justificaba con sus ojos bien abiertos y el filtro sorpresa que cubría su rostro. Insultarlo era pegarle al arco sin arquero. La situación era una hinchada que lo pedía a gritos. Las opciones eran: “Flaco, prestá atención”, como una advertencia facilista y tibia, desde el lado de la correción. O un “Pero la puta madre, me crucé al último boludo de la semana”.

No aprovechar esa situación con un rival entregado y a punto de abandonar podría significar una barra brava visitando el lunes el predio de entrenamiento para escuchar argumentos. No lo pude hacer. No pude frente a toda esa inmensidad sin protección. Toda esa animalidad no corrompida. Solo pude decirle algo lejos de un insulto proveniente desde la norma y la moral. “Está todo bien, flaco. Yo también veo una pelota y freno. Devolvela con los pies, como Dios manda”. Fue un abrazo simbólico que no hubiese surgido si no caíamos en el accidente. Un movernos a un lugar donde manejamos un mismo código que deja afuera a muchos.