viernes, 3 de marzo de 2017

O lo entendió todo, o no entendimos nada. O las dos cosas.

Me entretengo en este recorrido con boludeces no poco importantes pero que por el momento pueden quedar en segundo plano, como puede ser la elección de un nombre para blog. Lo hago -al blog- con la intención de volcar al fin cosas que deambulan por acá, con el fin, o el medio, de poder plasmar y escribir de cosas de las que me interesa hacerlo, lejos de la escritura que plasmo para el mango y que vine haciendo ya hace varios años (toda la fiaca calcular, pero recuerdo que aquel Argentina-Brasil de 2012 me agarró en la redacción de un diario). No, estos escritos no van a meterse en el fútbol, lo mucho que me encantaría. “¿Y cómo? Amás el fútbol y decís que vas a escribir de cosas que te gustan pero justamente de eso no vas a hablar?”, alguno se preguntará -o no, pero me lo pregunto yo-. Seguramente por ahí habrá alguna referencia, algo que nazca en una cancha y explote en otro ámbito.

Hace algún tiempo, y no sé si ese tiempo son dos años, vengo pensando en escribir. Está situado entre lo que pasa y lo que ME pasa. Sería un lo que pasa por acá, sobre terceros. 

Siempre que me preguntaban sobre qué escribía en el último diario en el que trabajé hasta 2014, lo primero que me interesaba era sobre las historias que dejaba, que en su mayoría se trataba de anónimos que necesitaban ayuda. En concreto, esa transformación que puede generar la escritura, desde su creación y su difusión directa al público que, o podía ayudar, o podía hacer eco para que algún gobierno, funcionario o demás con un mínimo de poder y de voluntad para escuchar -leer- al que lo necesitaba, era uno de los capitales más valorados por mí.

En estos dos años surgieron ideas, historias que vi pasar, pero con el miedo (no, no es exactamente esa la palabra, pero encaja un poco) de no poder encontrar siguientes, de perder una periodicidad, y también de no tener el tiempo de hacerlo.

Resulta que intentaré explicar lo que percibo cada día alrededor de las 10 de la mañana, antes de entrar al lugar de la cuenta a la que me asignaron para escribir ya hace casi dos años. Es una vergüenza que al haber transcurrido ese tiempo, todavía tenga que buscar en Google maps el nombre de las calles pero después del siguiente punto, deberé hacerlo para poner en situación, para ayudar a quien posiblemente haya pasado, como si en una de esas a alguien también le pasó.

Las calles son 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, de la Ciudad de Buenos Aires. Pleno Microcentro, donde todo pasa (por si alguien está como yo hace unos años, que no entendía qué mierda pasaba a más de 4 kilómetros a la redonda). A 30 pasos de la Casa Rosada y Plaza de Mayo.

El recorrido que hago es casi siempre el mismo. Caminar hasta las avenidas Santa Fe y Pueyrredón. Subte línea D hasta “Catedral”, la zona que se transforma en un embudo de seres por esas horas. Salgo de la estación en Florida y Diagonal Norte y doy la vuelta por Bartolomé Mitre hasta Alem. Los personajes secundarios de esta historia se repiten. A veces aparece alguna improvisación de una señora que no está en sus cabales, en la esquina de Reconquista y Mitre gritando a los 4 vientos sobre realidades que preferimos no ver. Pero el resto está siempre. Los motoqueros marcando bien de cerca al vendedor de café en invierno. En verano cerca del kiosco de diarios, o de los vendedores de jugo de naranja exprimido. Todos en sus posiciones como si estuviesen setteados para que sigan interpretando el papel que les asignaron. 

La caminata va con auriculares y el disco que uno elige escuchar en ese corto viaje. El primero de los personajes (sin ser en ningún momento despectivo, simplemente para seguir una metáfora que en este contexto me cierra al pelo) que me topo, es el que lustra zapatos en Florida y Mitre. Algo de él sé, pero seguro eso quedará para después.

Es la vereda del Banco Nación el escenario. Yo apenas veo unos segundos del acto. Me refiero al Banco Nación propiamente dicho, el que tiene ladrillos pulenta, que encaja con las casas patricias de referencia de la zona. No el que, en mi camino hacia Alem, está a la izquierda, una especie de sucursal menemista, con vidrios espejados en lo alto, como si al arquitecto le apreció más útil que se viera lindo antes que resolver el temita del calentamiento del ámbito laboral con aires acondicionados.

Ahí está él. No tiene nombre, al menos para mí. Ese fue el motor de mi escritura. Me dije: “tantas veces entrevistaste gente a la que antes no habías hablado, ni sabías su nombre. ¿Te vas a acobardar por una?”. Y sí, puede que sea cobardía, pero no me sale. Me sale, en cambio, ir construyendo de a puchos, su historia. Admito que mucho de su personalidad no se deja ver, que todos los días, a la vista de esos segundos, hasta parecen muy similares.

Este hombre, que presumo tiene una edad de 28 a 35, está sentado cuando yo paso. Frente a él hay una torre de carilinas y al costado, un cartel en el que dice que recibe encendedores rotos. En otro costado, una plantita. Alrededor, carteles. Alguno de ellos he leído, pero no puedo recordarlos. Sé que son mensajes. ¿A quién? No lo sé mi viejo. Al mundo en general, al mundo de traje o vestidito que pasa frente a él en otra velocidad. Insisto que no recuerdo qué dicen, pero alguno leí y me bastó para pensar, en el fondo, que el tipo es muy bien pensante, que sabe mucho. Que sabe de la vida, ¿entendés? Que esos mensajes dicen para un “para”. Para que otro lo use.

En fin, son segundos los que puedo ver de reojo a este sujeto coser (sí, cose ropa, remienda, lo veo emparchar prendas con tela de jean). Me imagino desde mis pies lo que fue su vida hasta ese día. No puedo dejar de pensar historias de lo que lo llevó a ese día. No digo a esa situación, de calle, de soledad, de búsqueda o revelación a los demás con los mensajes, sino el cúmulo de experiencias. Lo que lo hace ser.

Inevitable es ir al extremo, pero claro, insisto, desde la vida de uno. El storyline que tengo en mente es la de un pibe al que los padres le dieron todo, que le pagaron una muy buena educación, pero que de un día para el otro decidió que la razón estaba en otro lado. Lejos de ser un positivista estoy, sino que pienso que el flaco abandonó su vida anterior con intenciones fuertes, de esas que hasta si se explican resultan convincentes.

Veo a sus padres, dándole lo que ellos consideraban era lo mejor para su vida. Pienso en sus amores. ¿Los habrá tenido? ¿Los tendrá? ¿Habrá renunciado a él luego de alguna frustración? Pienso en amigos que no lo entendieron al explicarles que no estaba entendiendo él la decisión. En fin, siento que es una historia por semana, o un capítulo. En cada uno de ellos hago el esfuerzo de no pensar desde estos zapatos, en mis padres que me dieron todo y un poco más, en mis amigos, en mi novia, en mi trabajo. Se hace difícil no contrastar.

Sé que estas incertidumbres se pueden disminuir con solo acercarme, hablarle, como en tantas ocasiones lo hice con otras personas con el fin de lucro pero que en el fondo y sin que sea una buena paga, terminaba siendo más simbólico el beneficio mío. Pero no, siento que esto es nuevo. Que su manera de pensar es distinta a la mía. ¿Lo pienso en oposición, pero que es un algo que no es lo que es que conozco?

Un día estaba comenzando a llover. La mecánica de las piernas de los que por primera vez nos sentíamos más a gusto y protegidos en nuestros trabajos, colmaban la escena. El paso por su vereda daba que y para pensar. Mucho que pensar. El tipo armando un gacebo muy lentamente, sin preocupación mayor. Pensaba yo: ¿La planta? No pasa nada. No es un diluvio y así crecerá. ¿Los carteles con tiza, o algo por el estilo? Seguramente los recuerda de memoria. Los hizo él. ¿Las carilinas? Bueno, si el agua no pasa el paquete la pueden bancar.

Creo que fue ese primer día de lluvia que sentí pena sin tener motivos. Ahí pensé que podía escribir algo y difundirlo para que recibiera ayuda. Pero, ¿la necesita? Y volvemos al tema de pensar por contraste, por oposición. ¿Cómo poder ubicarse uno en el lugar de alguien que posiblemente se maneje con otro capital, con el que toma sus decisiones? ¿Cuántos de nosotros ni siquiera las tomamos con la certeza y la apuesta de este muchacho? ¿Y si entendió absolutamente todo y lo tiene guardado? ¿Si lo tiene guardado porque es su bien más preciado?

El lunes lo volveré a ver, así con un vistazo relámpago porque él desde esa especie de banco de suplente puede ver a los restantes jugadores jugándole el juego a lo establecido (triplica valor palabra).


De estas historias se va a llenar por acá. Ojalá, como espero suceda con esta, vengan de a pares, con la incógnita primero y después con una certeza. Y si viene una tercera, que sea para transformar la historia, porque somos de historias(y ojalá no esté ocupado el nombre porque no está mal para un blog)