viernes, 1 de mayo de 2020

Me cago en mis padres

Hoy es el día del trabajador y es suficiente disparador como para dedicarles unas palabras a mis viejos. Porque con el tiempo aprendí que dejar pasar momentos es una mochila pesada para cargar y un posible arrepentimiento en algún punto allá adelante.
Hasta hace un rato estaba haciendo un curso en inglés. Libreta y lapicera en mano, iba haciendo anotaciones. Como si hubiese sido de esas mañanas en las que había que ir a alguna conferencia de prensa y de repente el grabador se empacaba y tenías que darle duro y parejo a las anotaciones, de parado –nada de parado es cómodo-.

Cuando terminé un módulo me dispuse a hacer un repaso. Me di cuenta que mechaba entre castellano e inglés en una misma oración, pero que había algo mas en este acto. Entendía el inglés muy bien y eso se lo debía a mis viejos. ¿María Elena y Puchi hablan el idioma? No, pero se ocuparon de que yo lo hiciera. Se ocuparon de trabajar y romperse el culo para que sus hijos tuvieran la mejor educación (aunque a veces escriba como el ojete porque amerita y porque siempre voy a tener a Fontanarrosa para avalarme). Y me puse a pensar en las veces que me cagué en mis viejos.

En mis viejos me cagué las veces que me negrearon en trabajos, y que, por cuidar un “empleo” dentro de los medios me rebajé a los cuasi salarios. En mis viejos me cagué cuando no hice respetar mi espacio como comunicador (acá también me cagué en mí, pero más en la bancada de ellos). En mis viejos me cagué las veces que no dije les gracias. 

Estoy escribiendo vestido con una camiseta de Argentina de 1998 (todavía entra). Mi viejo nos compró una a cada uno de sus hijos (éramos dos de los cuatro que seríamos unos años más tarde) y aunque tenga que hacer el cálculo para comparar su precio con las de ahora, me acuerdo que cada una salió unos 80 pesos dólares. Creo que no estábamos holgados económicamente como años antes, pero sí sé que mierda que queríamos, mierda que teníamos (perdón, la frase me quedó de chico, pero el fin de las historias era tener la mierda).

En mis viejos me cagué la vez que no vi el esfuerzo que hacían por la mañana para ir a trabajar y que en ese momento no supe agradecer. Porque todo esto se trata de agradecer pero aún así no creo que pueda compensarlo ni un poco. Y aunque agradecer es un poco mirar para atrás y muchos estemos a tiempo, también tenemos que aprender de todo esto, al menos mientras estemos encerrados a merced de un virus. Aprender que la próxima vez que pongamos en juego nuestro bienestar un buen ejercicio puede ser poner en la balanza el esfuerzo de más que hicieron los que nos antecedieron en el árbol genealógico. Lo que dejaron pasar para que estemos donde estamos y para que no retrocedamos casilleros. Y si me voy un poco más atrás, la odisea de construir una vida desde la guerra, con otro idioma y cultura diferentes.

“Somos lo que somos porque venimos de donde venimos”, leí hoy en Facebook de parte de un excompañero, dueño de un más que respetable uso del idioma castellano. Por eso cuando salgamos vamos a tener que hacer corpóreo ese agradecimiento y reconocimiento para que las cosas no queden en un texto. Vamos a tener que empuñar la lanza con la fuerza que seguramente ellos pondrían para el bienestar de nosotros, sus hijos.

Así que el fin de la cuarentena seguramente vendrá también con la manifestación, en persona, de este agradecimiento. Hasta entonces, el título continuará en tiempo presente.

Se viene la Copa América 93. Aún no somos campeones pero tenemos las camisetas. 
Tampoco había virus. No, mi hermano y mi vieja no son orientales.

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