Me entretengo en este recorrido con boludeces no poco
importantes pero que por el momento pueden quedar en segundo plano, como puede
ser la elección de un nombre para blog. Lo hago -al blog- con la intención de
volcar al fin cosas que deambulan por acá, con el fin, o el medio, de poder
plasmar y escribir de cosas de las que me interesa hacerlo, lejos de la
escritura que plasmo para el mango y que vine haciendo ya hace varios años
(toda la fiaca calcular, pero recuerdo que aquel Argentina-Brasil de 2012 me
agarró en la redacción de un diario). No, estos escritos no van a meterse en el
fútbol, lo mucho que me encantaría. “¿Y cómo? Amás el fútbol y decís que vas a
escribir de cosas que te gustan pero justamente de eso no vas a hablar?”,
alguno se preguntará -o no, pero me lo pregunto yo-. Seguramente por ahí habrá
alguna referencia, algo que nazca en una cancha y explote en otro ámbito.
Hace algún tiempo, y no sé si ese tiempo son dos años, vengo
pensando en escribir. Está situado entre lo que pasa y lo que ME pasa. Sería un
lo que pasa por acá, sobre terceros.
Siempre que me preguntaban sobre qué
escribía en el último diario en el que trabajé hasta 2014, lo primero que me
interesaba era sobre las historias que dejaba, que en su mayoría se trataba de
anónimos que necesitaban ayuda. En concreto, esa transformación que puede
generar la escritura, desde su creación y su difusión directa al público que, o
podía ayudar, o podía hacer eco para que algún gobierno, funcionario o demás
con un mínimo de poder y de voluntad para escuchar -leer- al que lo necesitaba,
era uno de los capitales más valorados por mí.
En estos dos años surgieron ideas, historias que vi pasar,
pero con el miedo (no, no es exactamente esa la palabra, pero encaja un poco)
de no poder encontrar siguientes, de perder una periodicidad, y también de no
tener el tiempo de hacerlo.
Resulta que intentaré
explicar lo que percibo cada día alrededor de las 10 de la mañana, antes de
entrar al lugar de la cuenta a la que me asignaron para escribir ya hace casi
dos años. Es una vergüenza que al haber transcurrido ese tiempo, todavía
tenga que buscar en Google maps el nombre de las calles pero después del siguiente punto, deberé hacerlo para poner en situación, para ayudar a quien posiblemente
haya pasado, como si en una de esas a alguien también le pasó.
Las calles son 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, de la Ciudad de
Buenos Aires. Pleno Microcentro, donde todo pasa (por si alguien está como yo
hace unos años, que no entendía qué mierda pasaba a más de 4 kilómetros a la
redonda). A 30 pasos de la Casa Rosada y Plaza de Mayo.
El recorrido que hago es casi siempre el mismo. Caminar
hasta las avenidas Santa Fe y Pueyrredón. Subte línea D hasta “Catedral”, la
zona que se transforma en un embudo de seres por esas horas. Salgo de la estación en
Florida y Diagonal Norte y doy la vuelta por Bartolomé Mitre hasta Alem. Los personajes secundarios de esta
historia se repiten. A veces aparece alguna improvisación de una señora que no
está en sus cabales, en la esquina de Reconquista y Mitre gritando a los 4 vientos sobre realidades que preferimos no ver. Pero el resto está
siempre. Los motoqueros marcando bien de cerca al vendedor de café en invierno.
En verano cerca del kiosco de diarios, o de los vendedores de jugo de naranja
exprimido. Todos en sus posiciones como si estuviesen setteados para que sigan
interpretando el papel que les asignaron.
La caminata va con auriculares y el
disco que uno elige escuchar en ese corto viaje. El primero de los personajes (sin ser en ningún momento despectivo,
simplemente para seguir una metáfora que en este contexto me cierra al pelo)
que me topo, es el que lustra zapatos en Florida y Mitre. Algo de él sé, pero
seguro eso quedará para después.
Es la vereda del Banco Nación el escenario. Yo apenas veo
unos segundos del acto. Me refiero al Banco Nación propiamente dicho, el que
tiene ladrillos pulenta, que encaja con las casas patricias de referencia de la
zona. No el que, en mi camino hacia Alem, está a la izquierda, una especie de
sucursal menemista, con vidrios espejados en lo alto, como si al arquitecto le
apreció más útil que se viera lindo antes que resolver el temita del
calentamiento del ámbito laboral con aires acondicionados.
Ahí está él. No tiene nombre, al menos para mí. Ese fue el
motor de mi escritura. Me dije: “tantas veces entrevistaste gente a la que
antes no habías hablado, ni sabías su nombre. ¿Te vas a acobardar por una?”. Y
sí, puede que sea cobardía, pero no me sale. Me sale, en cambio, ir
construyendo de a puchos, su historia. Admito que mucho de su personalidad no
se deja ver, que todos los días, a la vista de esos segundos, hasta parecen muy
similares.
Este hombre, que presumo tiene una edad de 28 a 35, está
sentado cuando yo paso. Frente a él hay una torre de carilinas y al costado, un
cartel en el que dice que recibe encendedores rotos. En otro costado, una plantita.
Alrededor, carteles. Alguno de ellos he leído, pero no puedo recordarlos. Sé
que son mensajes. ¿A quién? No lo sé mi viejo. Al mundo en general, al mundo de
traje o vestidito que pasa frente a él en otra velocidad. Insisto que no recuerdo
qué dicen, pero alguno leí y me bastó para pensar, en el fondo, que el tipo es
muy bien pensante, que sabe mucho. Que sabe de la vida, ¿entendés? Que esos
mensajes dicen para un “para”. Para que otro lo use.
En fin, son segundos los que puedo ver de reojo a este
sujeto coser (sí, cose ropa, remienda, lo veo emparchar prendas con tela de jean). Me imagino desde mis pies lo que fue su vida hasta ese día. No puedo
dejar de pensar historias de lo que lo llevó a ese día. No digo a esa
situación, de calle, de soledad, de búsqueda o revelación a los demás con los
mensajes, sino el cúmulo de experiencias. Lo que lo hace ser.
Inevitable es ir al extremo, pero claro, insisto, desde la
vida de uno. El storyline que tengo en mente es la de un pibe al que los
padres le dieron todo, que le pagaron una muy buena educación, pero que de un
día para el otro decidió que la razón estaba en otro lado. Lejos de ser un positivista
estoy, sino que pienso que el flaco abandonó su vida anterior con intenciones
fuertes, de esas que hasta si se explican resultan convincentes.
Veo a sus padres, dándole lo que ellos consideraban era lo
mejor para su vida. Pienso en sus amores. ¿Los habrá tenido? ¿Los tendrá?
¿Habrá renunciado a él luego de alguna frustración? Pienso en amigos que no lo
entendieron al explicarles que no estaba entendiendo él la decisión. En fin,
siento que es una historia por semana, o un capítulo. En cada uno de ellos hago
el esfuerzo de no pensar desde estos zapatos, en mis padres que me dieron todo
y un poco más, en mis amigos, en mi novia, en mi trabajo. Se hace difícil no
contrastar.
Sé que estas incertidumbres se pueden disminuir con solo
acercarme, hablarle, como en tantas ocasiones lo hice con otras personas con el
fin de lucro pero que en el fondo y sin que sea una buena paga, terminaba
siendo más simbólico el beneficio mío. Pero no, siento que esto es nuevo. Que
su manera de pensar es distinta a la mía. ¿Lo pienso en oposición, pero que es
un algo que no es lo que es que conozco?
Un día estaba comenzando a llover. La mecánica de las
piernas de los que por primera vez nos sentíamos más a gusto y protegidos en
nuestros trabajos, colmaban la escena. El paso por su vereda daba que y para pensar.
Mucho que pensar. El tipo armando un gacebo muy lentamente, sin preocupación
mayor. Pensaba yo: ¿La planta? No pasa nada. No es un diluvio y así crecerá.
¿Los carteles con tiza, o algo por el estilo? Seguramente los recuerda de
memoria. Los hizo él. ¿Las carilinas? Bueno, si el agua no pasa el paquete la
pueden bancar.
Creo que fue ese primer día de lluvia que sentí pena sin
tener motivos. Ahí pensé que podía escribir algo y difundirlo para que
recibiera ayuda. Pero, ¿la necesita? Y volvemos al tema de pensar por contraste,
por oposición. ¿Cómo poder ubicarse uno en el lugar de alguien que posiblemente
se maneje con otro capital, con el que toma sus decisiones? ¿Cuántos de
nosotros ni siquiera las tomamos con la certeza y la apuesta de este muchacho? ¿Y
si entendió absolutamente todo y lo tiene guardado? ¿Si lo tiene guardado
porque es su bien más preciado?
El lunes lo volveré a ver, así con un vistazo relámpago
porque él desde esa especie de banco de suplente puede ver a los
restantes jugadores jugándole el juego a lo establecido (triplica valor
palabra).
De estas historias se va a llenar por acá. Ojalá, como
espero suceda con esta, vengan de a pares, con la incógnita primero y después
con una certeza. Y si viene una tercera, que sea para transformar la historia,
porque somos de historias(y ojalá no esté ocupado el nombre porque no está mal para
un blog)
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